viernes, 21 de mayo de 2010

¿Predicas un evangelio diferente?

La respuesta a este pregunta nos lleva a necesariamente a responder, ¿Qué es el evangelio?, pero antes debemos decir que no lo es. 
Para esto deseo compartirles un material del Pastor Sugel, tomado del libro de Mark Dever: The Gospel & Personal Evangelism
Evangelizar no consiste en imponer nuestras opiniones religiosas sobre otros:

En una época tan pluralista como la que nos ha tocado ministrar, una de las objeciones más comunes en contra del evangelismo es que nadie tiene derecho a imponer sus opiniones sobre los demás, y mucho menos en algo tan personal como la religión.

Pero lo cierto es que cuando predicamos el evangelio no nos estamos imponiendo sobre los demás, porque el mensaje que debemos proclamar no es una opinión personal, sino un hecho revelado por Dios en Su Palabra.

Cuando un piloto anuncia a los pasajeros que se amarren el cinturón de seguridad porque están a punto de aterrizar, él no está “imponiendo” sobre ellos su opinión o preferencia personal, sino compartiendo un anuncio que puede evitarles un daño o incluso salvarles la vida.

Pues lo mismo ocurre cuando evangelizamos. Nosotros no inventamos el evangelio. Ni estamos tratando de imponer sobre las personas nuestras perspectivas de Dios o de la salvación.

De hecho, ni siquiera podemos imponer sobre los demás el verdadero mensaje de salvación que encontramos en las Escrituras. Nuestra responsabilidad es anunciar el mensaje, sembrar la semilla de la Palabra, pero no tenemos la más mínima capacidad para hacer que esa semilla germine. Eso es algo que nadie puede imponer sobre otro.

Escuchen lo que Pablo escribió a los hermanos de Corinto, los cuales se estaban “alineando” en torno a sus predicadores favoritos.

“¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno concedió el Señor. Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega es algo, sino Dios, que da el crecimiento” (1Cor. 3:5-7).

Por más efectivo que un predicador pueda ser comunicando el mensaje de las Escrituras, él no tiene el más mínimo poder para hacer que sus oyentes se conviertan. Ningún hombre puede imponer el cristianismo sobre otro.

Evangelizar no consiste en compartir nuestro testimonio:

Con esto no estoy diciendo que sea incorrecto, o que no tenga ningún valor, el hecho de que nosotros compartamos con otros nuestro testimonio personal de salvación. Eso tiene su lugar, tanto entre los incrédulos, como entre los creyentes.

En el libro de los Hechos vemos a Pablo en dos ocasiones compartiendo el testimonio de su conversión. Es estimulante escuchar las diversas maneras como el Señor trata con los Suyos para traerlos a salvación. Alguien dijo una vez que hay un solo camino para llegar al Padre, nuestro Señor Jesucristo, pero que hay muchos caminos para llegar a Cristo.

Pero una cosa es compartir nuestra historia personal de salvación y otra muy distinta compartir el mensaje de la cruz. El testimonio personal puede ser el punto de partida para predicar el evangelio, pero si queremos evangelizar no podemos quedarnos ahí.

Evangelizar no consiste en involucrarnos en obras de bien social:

Y aquí debemos decir lo mismo que dijimos en el punto anterior. Es correcto que los creyentes manifiesten en formas concretas la misericordia del Señor haciendo bien; eso es algo que recomienda el evangelio que predicamos (comp. Mt. 5:16; 1P. 2:12). El Señor espera que los Suyos se involucren en este tipo de cosas (Mt. 25:34-36).

Pero de ninguna manera podemos confundir las obras de bien social con el evangelismo. La tarea de evangelizar implica la comunicación de un mensaje, ya sea de forma oral o escrita. Mientras ese mensaje no sea claramente comunicado a los hombres, allí no ha habido evangelismo, independientemente del bien que podamos hacer a otros.

Cuando sustituimos el evangelismo por las obras de bien social estamos perdiendo de vista que la mayor necesidad del hombre es reconciliarse con Dios contra el cual se encuentra enemistado por causa de su pecado.

Kevin DeYoung dice al respecto: “Las buenas obras pueden adornar el evangelio y son el fruto del evangelio. Pero las buenas obras en sí mismas no son el evangelio. Las personas necesitan escuchar las buenas nuevas de que Cristo vino a salvar a los pecadores”.

Los creyentes debemos hacerle bien a todos según tengamos la oportunidad, dice Pablo en Gal. 6:10, pero sin olvidar que cualquier otro problema humano pasa a ser secundario ante la realidad de que todos nosotros nos presentaremos algún día delante de nuestro Creador para rendir cuenta de nuestras vidas.

Tampoco debemos confundir el evangelismo con la apologética:
La palabra apologética significa presentar defensa de nuestra fe. Y una vez más, eso es algo bueno y necesario. Pedro nos dice en su primera carta que los creyentes deben estar preparados para presentar defensa (del griego “apología”), con mansedumbre y reverencia, ante todo aquel que nos demande una razón de la esperanza que hay en nosotros.

Muchas veces nos toparemos con personas que niegan la existencia de Dios, o que tienen dudas acerca del origen divino de la Biblia. Y nosotros debemos aprender cómo responder a tales personas.

Pero no es lo mismo defender la fe que predicar el evangelio. Presentar pruebas a favor de la inspiración de las Escrituras o de la existencia de Dios es una cosa, transmitir el mensaje de salvación es otra (aunque es posible que en ocasiones tengamos que hacer una labor apologética antes de que podamos proclamar el mensaje del evangelio).

Por otra parte, creo que es a lugar la advertencia de Mark Dever de que la apologética tiene sus peligros. Uno de ellos es que sin querer podemos confirmar a alguien en su incredulidad por nuestra inhabilidad de responder ciertas preguntas, algunas de las cuales no tienen una respuesta de este lado del cielo.

Por más buen apologeta que una persona pueda ser, nadie en este mundo puede responder todas las preguntas que la gente se hace en relación con la revelación bíblica. Pero como bien señala el pastor Dever, “el hecho de que no lo sepamos todo no quiere decir que no sepamos nada” (pg. 78).

A partir de lo que Dios sí ha revelado podemos dar a conocer a los hombres la condición en que se encuentran delante de Él, y la solución que Él mismo ha provisto para que podamos ser salvos. No nos dejemos intimidar por el hecho de que no tenemos todas las respuestas, porque no existe un solo ser humano en el mundo que las tenga.

Otro peligro de la apologética es que puede distraernos de comunicar el mensaje que los pecadores necesitan escuchar. En ese sentido debemos estar alertas para no dejarnos arrastrar por la agenda de los incrédulos (cuando los pecadores se sienten entre la espada y la pared con respecto a su pecado, muchas veces tratan de desviar la atención como hizo la mujer samaritana con el Señor Jesucristo, y de repente comienzan a preguntar por la esposa de Caín, o qué pasó con los indios que nunca escucharon el evangelio, o si hay vida en otros planetas).

Cristo tiene Su propia agenda: que los hombres conozcan cuál es su verdadero problema y la solución que Dios ha provisto para resolverlo; esa es la agenda que debemos seguir a final de cuentas.

No debemos confundir el evangelismo en sí con los frutos del evangelismo:

Esa es una distinción muy sutil, pero sumamente importante. Nosotros tenemos la responsabilidad de predicar el evangelio, pero no tenemos ni la capacidad ni la responsabilidad de convertir a nadie.

Como veíamos hace un momento, eso es algo que no está en nuestro poder. Como dice John Stott: “Evangelizar no significa ganar convertidos… sino simplemente anunciar las buenas nuevas, independientemente de los resultados” (cit. por Dever, pg. 79).

Nosotros debemos ser fieles comunicando el mensaje, pero ese mensaje no tendrá siempre el mismo efecto en aquellos que escuchan (comp. 2Cor. 2:15-16 – el mismo mensaje puede tener resultados distintos; esa es, en parte, la enseñanza del Señor en la parábola del sembrador).

Si no distinguimos entre el evangelismo y sus frutos dos cosas pueden suceder: la primera es que nos sintamos tan frustrados por la falta de resultados visibles que entonces dejemos de evangelizar; la segunda, es que recurramos a técnicas humanas en busca de resultados.

Mark Dever dice al respecto: “¿Quién puede negar que mucho del evangelismo moderno ha venido a ser emocionalmente manipulador, procurando simplemente provocar una decisión momentánea de la voluntad del pecador, pero descuidando la idea bíblica de que la conversión es un acto sobrenatural y bondadoso de Dios a favor del pecador?” (pg. 80).

¿Qué es, entonces, evangelizar? John Cheeseman lo define de esta manera: “Es declarar, en base a la autoridad de Dios, lo que Él ha hecho para salvar a los pecadores, advirtiendo a los hombres de su condición perdida, guiándolos a arrepentirse, y a creer en el Señor Jesucristo” (cit. por Dever; pg. 80).

Como dice Pablo en 2Cor. 5:20, nosotros “somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él”.

Evangelizar no es otra cosa que dar a conocer a los hombres ese mensaje de reconciliación: El hombre está en problemas con Dios por causa de sus pecados, porque Dios en Su justicia dará a cada uno lo que merece; pero Él mismo proveyó el medio a través del cual Su justicia quedó plenamente satisfecha y los pecadores pueden ser perdonados: la obra redentora de Su propio Hijo, nuestro Señor Jesucristo, de la cual nos apropiamos por medio del arrepentimiento y la fe.

Seamos fieles comunicando el mensaje, vivamos en consonancia con nuestra predicación, y dejemos los resultados en las manos de Dios , que son infinitamente mejores y más confiables que las nuestras.

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