Por la observación personal de mi propia debilidad y la debilidad de mis hermanos en el ministerio, me veo forzado a concluir que la predicación de hoy en día es muy defectuosa debido a que fallamos en velar en varias áreas. En primer lugar, el área de nuestra vida personal de devoción. Al principio dije que algunas de estas conclusiones, fueron basadas en mis observaciones hechas mientras iba de iglesia en iglesia, como un ministro itinerante. Uno de los descubrimientos más inquietantes hechos durante este tiempo, fue el hecho de que muy pocos ministros tienen hábitos devocionales personales y sistemáticos. Yo hice esto una práctica, reunirme con el pastor anfitrión para orar y compartir áreas de preocupación comunes. Cuando finalmente pudimos quitarnos la maldita fachada del profesionalismo, y comenzamos a ser honestos con el Señor y entre nosotros; y confesamos nuestros pecados uno al otro y oramos uno por otro; entonces la confesión sacó a la luz una y otra vez, que la Palabra de Dios había cesado de ser un Libro Viviente de compañerismo devocional con Cristo, para convertirse en el manual oficial para la administración de deberes profesionales.
¿Resulta sorprendente que el ministerio de tales hombres sea marcado por un desequilibrio doctrinal? ¿Resulta sorprendente que haya frialdad en sus corazones? ¿Resulta sorprendente que haya muy poca cercanía y aplicación penetrante de las Escrituras, cuando la gran mayoría de predicadores contemporáneos admiten que ellos no se exponen sistemáticamente a sí mismos la Palabra de Dios, con el fin de ser personalmente iluminados y santificados? En II de Timoteo 3, un capítulo al cual nos referimos frecuentemente cuando estamos demostrando la verdad de la inspiración y la autoridad de las Escrituras, hay una palabra dicha a nosotros como siervos de Dios, que es muy penetrante. El apóstol Pablo dice a Timoteo en el versículo 15, “que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras”. Y esta es su primera función, “las cuales te pueden hacer sabio para la salud por la fe que es en Cristo Jesús”. Ellas le han conducido a usted a la fe en Cristo Jesús y a la salvación que está en El. Pero, Timoteo, esta no es la única función de las Escrituras. Toda Escritura es inspirada divinamente y es útil para enseñar (doctrina), para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente instruido para toda buena obra. Note que él explícitamente establece que las Escrituras inspiradas, son para el perfeccionamiento y maduración del Hombre de Dios. En otras palabras, la totalidad de la revelación divina debería tener, como su función principal en la vida de los siervos de Dios, un impacto sobre su propia santificación personal.
Ningún predicador está equipado para predicar, simplemente por tener un don para analizar un texto y poseer la capacidad para explicarlo con su boca. Si la palabra que el pudiera predicar a otros, no ha sido primeramente un instrumento para su propio adoctrinamiento y desarrollo de su santificación; entonces él no está listo para declararla a otros. Esta es la función de la Palabra de Dios en la vida del predicador, y esta función debe ser siempre primaria. Como predicadores, usted y yo somos primero que todo creyentes y en segundo lugar, ministros cristianos. Y este orden nunca debe ser revertido. Usted y yo debemos hacer caso de nosotros mismos, y entonces, y solo hasta entonces, de nuestra doctrina. Nosotros estamos para salvarnos primeramente a nosotros mismos, antes que todo, y luego a todos aquellos que nos oyen. Jeremías declaró: “Halláronse tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón” (Jer.15:16).
Es triste, que nosotros debemos hacer frecuentemente esta confesión: “halláronse tus palabras y yo las examine, y tus palabras fueron en mí, la forma y sustancia del sermón en mi mente”. En contraste, el profeta llorón podía decir, “Halláronse tus palabras y yo las asimilé personalmente para mí mismo, y experimenté su estimulante poder en mi propia vida”. Esto es precisamente lo que Pablo está diciendo a Timoteo: “Deja que la palabra te enseñe. Obtén tu instrucción doctrinal sobre tus rodillas y con las Escrituras abiertas. Solamente así los principios de la verdad vendrán a ser, no meramente proposiciones frías que descansen en la superficie de tu mente, sino verdades vivientes de las cuales estés consciente y quemen las fibras interiores de tu corazón. Deja que la palabra te enseñe Timoteo. Deja que ella te repruebe. Deja que ella te discipline y te corrija. Deja que ella te instruya en el camino de la santidad, para que puedas estar completamente equipado para toda buena obra”. Mi propio corazón es golpeado una y otra vez cuando pienso en las palabras de nuestro Señor a los efesios, que se encuentran en el capítulo dos de Apocalipsis. El da, primero que todo, una palabra de elogio a ellos. El habla de su corrección doctrinal y de su fidelidad en la administración de la disciplina. Pero, enseguida de este elogio, El dice: “Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor.
Recuerda por tanto de dónde has caído, y arrepiéntete, y has las primeras obras; pues si no, vendré presto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido” (Apo.2:4-5). En cuanto al entendimiento de la doctrina estaban bien, sus manos estaban ocupadas en el servicio, pero sus corazones se habían vuelto fríos en sus afectos. El Señor Jesús les dijo a ellos, que ciertamente mantener una doctrina correcta en sus mentes, así como el sufrimiento y el trabajo por su nombre eran necesarios para un testimonio efectivo, pero mantener un corazón ardiente y amante, era también una indisputable necesidad. Nada defectuoso había sido encontrado en la mente o en las obras; el defecto estaba en el corazón, y el Señor Jesús habló sobre este asunto y le dijo: ‘A menos que esto sea corregido, Yo vendré y quitaré el candelero de su lugar’. A la luz de esta porción de la Palabra de Dios, puede ser vista claramente, la indispensable necesidad de mantener una vida personal de devoción por parte de cada ministro. Dios ha ordenado que por este medio, nosotros podamos guardar un constante cultivo de nuestros corazones. La Palabra de Dios debe ser primeramente para nosotros, un libro el cual disfrutamos, debido a que allí podemos ver el rostro del Dios que nos ama, y que nos ha reconciliado consigo mismo a través de Cristo Jesús. Deberíamos leer sus páginas detenidamente y con gran entusiasmo, porque anhelamos conocer Su voluntad, y porque deseamos ser adoradores de Su persona. Deberíamos ser hallados frecuente y largamente escudriñando las páginas de las Santas Escrituras, porque anhelamos servirle; y porque deseamos de todo corazón, en todo lo que hacemos, ser moldeados por la Palabra viviente del Dios viviente.
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