Por Sugel Michelén
Por encima de lo que muchos piensan hoy día, Dios nunca intentó que todos los hombres, sin importar su rango, edad o posición, se encuentren en el mismo nivel de autoridad, de honra y de respeto. Todo ser humano debe ser respetado por el hecho de que fuimos creados a la imagen de Dios.
Pero lo que estamos diciendo es que no fue la intención original de Dios que todos los hombres estuviesen al mismo nivel de autoridad, honra y respeto, sin importar su edad, su rango y su posición.
En este mundo hay personas jóvenes y hay personas mayores; algunos están en autoridad, otros están bajo autoridad; algunos ocupan posiciones de liderazgo, otros ocupan la posición de seguidores. Y la Palabra de Dios nos enseña claramente que al desenvolvernos en ese esquema debemos tomar en cuenta, tanto en nuestras palabras como en nuestro comportamiento, tales diferencias.
El amor nunca nos moverá a desafiar abiertamente o a pasar por alto, tales símbolos. Al tratar con personas de más edad, o de un rango o posición más alto que el nuestro, el amor no nos permitirá comportarnos en una forma impropia. Veamos algunos textos de las Escrituras que apoyan esta enseñanza.
En Jn. 13:13 Cristo dice a sus discípulos: “Vosotros me llamáis Maestro y Señor; y decís bien, porque lo soy”.
Él no dice: “Vosotros me llamáis Maestro y Señor, pero no deberían seguir haciendo esto; todos los hombres somos iguales ante Dios, y ese tipo de títulos puede separarnos, puede crear una barrera entre nosotros. Prefiero que me llamen ‘Jesús’ a secas; yo no soy amigo de títulos y ceremonias; soy más bien una persona sencilla”.
El Señor era manso y humilde, pero nunca reprendió a los hombres por tratarlo con el debido respeto. Eso era lo apropiado.
Los discípulos no sentían vergüenza en reconocer la superioridad en rango y en posición del Señor, y el Señor no se sentía avergonzado de recibir ese reconocimiento verbal.
Más adelante en el evangelio de Juan el Señor dice a los apóstoles: “Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os la he dado a conocer” (Jn. 15:15). El Señor condesciende con nosotros y nos llama Sus amigos. Y en el libro de Hebreos se nos dice que Él no se avergüenza de llamarnos Sus hermanos.
Pero eso no nos da derecho a tratarle como si fuésemos iguales. Él puede condescender con nosotros, pero nosotros no podemos subir hacia donde está Él. Dios dice que Abraham era Su amigo, pero Abraham hubiese sido un arrogante si hubiese tratado a Dios como si fuese su “pana”.
El superior en rango y posición puede humillarse voluntariamente cuando quiera, y decirnos: “De ahora en adelante te trataré como se trata a un amigo íntimo”. Eso es lo que hace Cristo con Sus discípulos en el aposento alto.
Pero eso no quiere decir que a partir de ese momento los discípulos podían poner a un lado la diferencia abismal que había entre ellos y Cristo.
Como alguien ha dicho: “El Hijo de Dios no echó a un lado los cánones establecidos de una conducta apropiada”. No es apropiado que nos relacionemos con un superior sin hacer uso de la deferencia debida a su posición de autoridad. El amor no nos permite hacer tal cosa, porque el amor no hace nada indebido (comp. Mt. 3:11).
Veamos otro pasaje de las Escrituras, esta vez del AT: 1Sam. 24:1-3: “Y aconteció que cuando Saúl volvió de perseguir a los filisteos, le dieron aviso, diciendo: He aquí, David está en el desierto de En-gadi. Entonces Saúl tomó de todo Israel tres mil hombres escogidos, y fue en busca de David y de sus hombres por los peñascos de las cabras monteses. Llegó a unos rediles de ovejas en el camino, donde había una cueva, y Saúl entró en ella para hacer sus necesidades. Y David y sus hombres estaban sentados en los rincones de la cueva. Y los hombres de David le dijeron: Mira, este es el día del que te habló el SEÑOR: “He aquí, voy a entregar a tu enemigo en tu mano, y harás con él como bien te parezca." Entonces David se levantó y cortó a escondidas la orilla del manto de Saúl”.
Estas palabras no salieron de la boca de un profeta, o de un siervo de Dios, ni vinieron a David en una visió,n o a través de un ángel; esta fue la opinión de los hombres que andaban con él, hombres que razonaron en ese momento en una forma pragmática: “Este hombre te está buscando para matarte, y ahora por causa de una necesidad ha entrado sólo, precisamente a la cueva en que estamos nosotros escondidos; conclusión: eso tiene que ser del Señor; el Señor te ha puesto a Saúl en tus manos para que lo mates”.
¡Cuántas veces nosotros también somos movidos por nuestro pragmatismo a conclusiones apresuradas, llegando incluso en ocasiones a violar principios y enseñanzas que han sido claramente delineadas en la Palabra de Dios! Estos hombres fueron pragmáticos y David por un momento cedió a la presión del grupo y cortó la orilla del manto de Saúl.
“Pero de inmediato su conciencia se turbó: Aconteció después de esto que la conciencia de David le remordía, porque había cortado la orilla del manto de Saúl. Y dijo a sus hombres: El SEÑOR me guarde de hacer tal cosa contra mi rey, el ungido del SEÑOR, de extender contra él mi mano, porque es el ungido del SEÑOR”.
En otras palabras: “Este hombre tiene una posición y un rango que le han sido concedidos por Dios, y Dios no ha cambiado aún esa posición y ese rango. Dios lo ungió como rey en Israel, y lo instaló en el trono. Hasta que Dios no lo deponga, él sigue siendo mi rey”. David no tenía otra opción que honrar a Saúl, a pesar de que era un hombre impío que lo buscaba para matarle.
Cuando el apóstol Pedro escribió en su primera epístola, en el cap. 2 y el vers. 17: “Honrad a todos. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey”, ¿saben quién era el rey de Roma en ese momento? Nada más y nada menos que Nerón, un hombre perverso y cruel; pero era el rey, y como tal debía ser honrado hasta que Dios dispusiera de él.
Saúl era el rey de Israel, y como tal debía ser honrado. Su conciencia le señaló que había hecho algo indebido, ¿por qué? ¿Acaso había intentado cortarle el cuello a Saúl? No. Lo que cortó fue un pedacito de tela de su vestido, pero al hacerlo había humillado al rey. Había hecho algo deshonroso contra él.
Él debía honrar al rey, por causa de la posición de autoridad en que se encontraba, pero en cambio lo había humillado. Se había comportado en una forma impropia, y por lo tanto había faltado a la ley del amor, porque el amor no hace nada indebido.
¡Cuán sensible estaba la conciencia de David en este punto de su vida! Y nos preguntamos, ¿fue este mismo hombre el que codició a una mujer que no era suya, y que no sólo cometió adulterio con ella, sino que también vino a ser culpable del asesinato de su esposo Urías? ¿Fue este hombre el que acalló en una forma inadecuada la voz de su conciencia por casi un año?
Oh sí, tristemente es el mismo hombre. ¿Qué fue lo que sucedió con David? Que en un punto de su historia dejó de ser tan “quisquilloso”; dejó de oír la voz de su conciencia en una cosa por aquí, y otra cosa por allá, y así poco a poco su conciencia se fue endureciendo, hasta llegar finalmente al lugar que llegó.
Cuidado con dejar de prestar oídos a la voz de la conciencia, sólo porque nos parece que los pecados que estamos cometiendo son pecados pequeños. “Fue sólo un comentario que dije en un momento de debilidad. Sé que no debí hablar de ese hermano con esta otra persona, pero como estábamos en confianza, y yo sabía que la persona con quien hablaba era discreta, no pensé que era una cosa de mucha importancia”.
El problema es que desoíste esa voz que te decía: “No es correcto que hables con esta persona acerca de este asunto. La Biblia dice que no debes hacerlo”. ¿Sabes qué pasará si sigues desoyendo esa voz? Que poco a poco comenzarás a padecer de sordera, y cada vez serán más el débil el sonido que percibirás de esa voz que Dios ha puesto en tu interior para frenar tu maldad. ¿Y quién sabe hasta dónde llegarás cuando pierdas ese freno?
David llegó al adulterio y al homicidio. ¿Cómo sabes hasta dónde llegarás tú? Si David hubiese continuado en esa misma disposición en que se encontraba cuando cortó el manto de Saul, nunca hubiese cometido los pecados que cometió; nunca hubiese llegado a faltar a la ley del amor en esa forma tan grosera.
Otro texto de las Escrituras: 1Tim. 5:1-3: “No reprendas con dureza al anciano, sino, más bien, exhórtalo como a padre; a los más jóvenes, como a hermanos, a las ancianas, como a madres; a las más jóvenes, como a hermanas, con toda pureza. Honra a las viudas que en verdad son viudas”.
En el contexto del desempeño de su tarea ministerial, Timoteo debía tener cuidado al reconocer las diferencias de edades en la Iglesia. Su juventud no debía ser un impedimento para tratar con el pecado de las personas mayores (comp. 4:12); él había sido comisionado por Cristo para administrar en Éfeso la Palabra de Dios, tanto en forma colectiva como individual, y debía ser fiel a su llamamiento.
Pero a la hora de lidiar con personas, que por edad podrían ser sus padres, Timoteo no debía pasar por alto la deferencia que debía mostrar hacia ellos por esa causa. Si no tomaba en cuenta este principio violaría la ley del amor.
Siendo un representante apostólico, Timoteo no tenía derecho a poner a un lado estas normas establecidas de respeto de los jóvenes a las personas mayores. Su posición eclesiástica no cancelaba ese orden de edad establecido por Dios.
Y ahora yo pregunto: ¿Tú crees que la Escritura es la Palabra de Dios? Si tu respuesta es afirmativa, he aquí la voluntad revelada de Dios con respecto al trato que debemos dispensar a la edad, rango o posición de las personas con quienes tratamos.
© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario