Por Sugel MIchelén
Yo se que esta declaración puede resultar chocante para algunos, pero lo cierto es que en ningún lugar del NT se presenta el canto congregacional primariamente como un medio para salvar a los perdidos.
Con esto no estamos negando el hecho de que Dios puede usar las verdades de Su Palabra expresadas a través de un himno para salvar a un pecador. Hay personas que dan testimonio de que fueron alcanzadas, o al menos, inicialmente despertadas a su condición espiritual y su necesidad de un Salvador, escuchando la letra de un himno.
Pero eso no elimina la realidad de que el canto congregacional no tiene como propósito especifico venir a ser un vehículo evangelístico. Tanto en Ef. 5:19 como en Col. 3:16, Pablo dice que los creyentes se enseñan y exhortan unos a otros mientras dirigen su canto al Señor. ¿A quiénes dirigimos nuestros himnos, primariamente? Al Señor y a los hermanos.
Allí no dice nada de hablarle al incrédulo a través del canto. Para eso está la locura de la predicación, como dice Pablo en 1Cor. 1:21. Si el Espíritu Santo quiere, El puede usar esas verdades cantadas para obrar en el corazón de un pecador; pero el canto congregacional no va dirigido a ellos primariamente.
Y cuando esa verdad elemental es pasada por alto, ¿saben qué es lo que lo próximo que suele suceder? Que la letra y la música de los himnos comienzan a ser adaptadas para que sean más potables al gusto y la mentalidad del hombre incrédulo, a la vez que se comienzan a tomar prestados algunos de los estilos que el mundo usa.
Ese es el argumento que muchos dan hoy día para el uso de cierto tipo de música en la iglesia. Y algunos piensan, incluso, que tienen apoyo bíblico para esa “perspectiva evangelística”. “Hay que hacerse judío para ganar a los judíos”, dicen algunos, basándose en las palabras de Pablo en 1Cor. 9.
Pero ¿significa eso que nosotros debemos adaptar el estilo del mundo para alcanzar al mundo? Eso fue precisamente lo que Pablo se negó a hacer cuando predicó el evangelio a los Corintios (comp. 1Cor. 2:1-5). Como dijo Spurgeon en cierta ocasión: “No debemos usar la pólvora de Dios en los cañones del diablo”.
¿Qué significa, entonces, lo que Pablo dice en 1Cor. 9? Esto no es más que una aplicación más amplia del tema que trató en el cap. 8, y que vuelve a tratar en el cap. 10, acerca de la libertad cristiana (comp. 10:31-33). “Todo me es lícito, dice Pablo, pero yo no voy a hacer nada que pueda ser de tropiezo ni al judío, ni al gentil ni a la iglesia de Dios”.
La recomendación de Pablo no es que nos comportemos como la gente del mundo para ganar al mundo. Lo que él recomienda es que hagamos todo lo contrario: que restrinjamos nuestra libertad, en aquellas cosas que puedan serles de tropiezo, para que ellos escuchen sin prejuicio nuestra predicación.
Cuando Pablo estaba entre judíos, él restringía su libertad de comer carne de cerdo, por ejemplo, para no cerrarle los oídos al evangelio. El sabía que podía comer de todo, sin preguntar nada por motivo de conciencia. Pero un pedazo de carne no era tan importante como para anular su testimonio delante de un judío incrédulo.
Ahora, cuando Pablo estaba delante de un gentil, entonces no tomaba en cuenta las leyes dietéticas y ceremoniales que regían a los judíos (vers. 21). Es en ese sentido que él se hacía de todo “para que de todos modos salve algunos”.
Pero este texto nada tiene que ver con adoptar un estilo mundano, para ganar a la gente del mundo. Ni mucho menos rebajar el contenido doctrinal de nuestros himnos, aguarlos un poco, y a veces mucho, para que el incrédulo no tenga problemas al oírlos.
En el mismo instante en que los himnos comenzaron a ser usados como un vehículo evangelístico, a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, de inmediato comenzó a notarse un cambio en el contenido doctrinal de las letras.
Por un lado, los himnos comenzaron a enfocar cada vez más la experiencia de la vida cristiana, antes que la persona de Dios y las grandes doctrinas del evangelio. Por el otro lado, comenzaron a ser cada vez más sentimentales y menos objetivos.
Aunque debo aclarar que estamos hablando aquí de una tendencia que comenzó a manifestarse en esa época; pero de ninguna manera estamos implicando que todos los himnos compuestos en los últimos 100 años tienen ese problema.
Los himnos no se aprecian por su añejamiento, sino por su contenido. Pero es indudable que a través de la historia de la iglesia ha habido épocas más oscuras que otras o más superficiales, y eso se refleja en los himnos que esas épocas han producido. Y esta época en que nos ha tocado de vivir no se caracteriza precisamente por ser una de las más profundas.
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