domingo, 20 de junio de 2010

Cap. 1. "El libro que se negó a dejarse escribir" Libro de Frank Morrison: "Quien Movió la Piedra"


Supongo que la mayoría de los escritores confesarán haber
escondido en algún lugar secreto, de su cajón más privado,
el primer borrador de un libro que, por un motivo u otro,
nunca verá la luz del día.
Normalmente el tiempo, ese venerado culpable, ha
puesto el veto a la labor prometida. Se prepara el esquema
del libro en un momento de entusiasmo y exaltada visión.
trabajando sobre él durante algún tiempo, para dejarlo a un
lado esperando ese "mañana" ocioso que con tanta
frecuencia nunca llega. Siempre surgen otras tareas más
urgentes y los compromisos y las responsabilidades se
multiplican y el preciado borrador queda olvidado en su
escondite. De esta manera pasan los años, hasta que un día
el escritor se da cuenta de que, haga lo que haga, este libro
en concreto no lo escribirá nunca.

En el caso actual fue diferente.
No fue que fallara la inspiración, ni que ese día de
ocio no llegara nunca, sino más bien que cuando llegó la
inspiración tomó un rumbo nuevo e inesperado. Fué como
si un hombre se dispusiera a cruzar la selva por un sendero
totalmente inesperado. El punto de partida fue el mismo,
pero lo que varió fue el de salida.
Permítaseme explicar brevemente lo que quiero decir
Cuando de joven comencé a estudiar en serio la vida
de Cristo, lo hice con el profundo sentimiento de que, por
decirlo de alguna manera, su historia poseía una base un
tanto insegura.
Si permitís que vuestra imaginación se retrotraiga a
los años noventa encontraréis en la actitud intelectual que
prevalecía durante aquel período la clave de gran parte de
mi pensamiento. Es verdad que el absurdo culto que
negaba incluso la existencia histórica de Jesús ha dejado de
tener importancia, pero la obra de los Altos Críticos, en
especial la de los críticos literarios alemanes, había logrado
difundir una impresión predominante entre los estudiantes
de que la manera determinada en que la narrativa de Su
vida y su muerte habían llegado hasta nosotros era poco
digna de confianza, y que uno de los cuatro anales no era
sino una brillante apologética escrita hace muchos años,
quizás décadas, después de la muerte de la primera
generación.
Como la mayoría de los otros jóvenes, profundamente
sumido en otras cosas, no tenía yo los medios para
verificar o formarme un juicio independiente sobre estas
afirmaciones, pero el hecho de que casi cada palabra
procedente de los Evangelios era entonces tema de
continuos altercados y discusiones coloreó, en gran parte,
el pensamiento de ese período y me imagino que difícilmente
escaparía yo a su influencia.
Pero un aspecto del tema me afectaba muy directamente.
Yo ya había comenzado a interesarme profundamente
en la ciencia física, y en aquellos días no era preciso
ir muy lejos para descubrir que el pensamiento científico
se oponía de manera obstinada y hasta dogmática a lo que
se llama los elementos milagrosos en los Evangelios. Con
frecuencia lo poco que los críticos textuales habían
dejado, la ciencia se ocupaba en minar. Personalmente no
atacaba ninguna de las conclusiones de peso de los críticos
textuales como la cuestión fundamental de lo milagroso.
Me daba la impresión de que la crítica puramente
documentaria podía estar equivocada, pero que las leyes
del universo se volvieran atrás sobre sí mismas de una
manera arbitraria e inconsecuente parecía muy improba-
El libro que se negó a dejarse escribir / 11
ble. ¿Acaso no había declarado el propio Huxley, de una
forma extrañamente final, que "los milagros no suceden"
mientras que Matthew Amold, con su famoso evangelio de
la "Razonable dulzura", había pasado gran parte de su
tiempo intentando desenvolver un cristianismo no milagroso?
Yo sentía, sin embargo, un profundo y hasta reverente
respeto por la persona de Jesucristo. Me parecía una
figura casi legendaria de la pureza y la nobleza de la
naturaleza humana. Una palabra grosera sobre El, o el
tomar su nombre a la ligera, me sacaban de quicio. Me doy
perfecta cuenta de lo corta que esta actitud se queda de la
posición totalmente dogmática del cristianismo, pero es
una manera honrada de mostrar que al menos un joven
estudiante de aquellos tempranos años formativos sentía
algo cuando las cosas superficiales oscurecían con tanta
frecuencia las realidades más profundas y permanentes
implícitas.
Fue más o menos durante esta época cuando, más
para mi propia paz de espíritu que para su publicación,
se me ocurrió la idea de escribir una breve monografía
sobre lo que me parecía ser la más importante crítica fase
en la vida de Cristo, los últimos siete días, aunque más
adelante me di cuenta de que los días inmediatamente
posteriores a la crucifixión resultaban igualmente vitales.
El título que escogí fue "Jesús, la última fase", un recuerdo
consciente del famoso ensayo histórico realizado
por Lord Rosebery.
Escogí por tres razones los siete últimos días de la
vida de Jesús:
1. Este período parecía gratamente libre del
elemento milagroso que yo sospechaba por motivos
científicos.
2. Los escritores de los Evangelios dedicaban
bastante espacio a este período y, en líneas
generales, parecían estar sorprendentemente de
acuerdo.
3. El juicio y la ejecución de Jesús fue un
acontecimiento que produjo un eco histórico,
atestiguado, de forma indirecta, por un millar de
12! ¿Quién movió la piedra?
consecuencias políticas y por la cantidad tan tremenda
de literatura que surgió como consecuencia.
Me pareció poder llegar a la verdad de por qué este
hombre murió una muerte cruel a manos del poder
romano, cómo consideró El mismo el asunto y en
particular, cómo se comportó ante la prueba y entonces
me hallaría muy cerca de la auténtica solución del
problema.
Tal fue, en resumen, el propósito del libro que había
planeado. Quería tomar esta última fase de la vida de
Jesús, con su rápido y latente drama, su trasfondo de
antigüedad claro y preciso y su tremendo interés sicológico
y humano, a fin de despojarlo de su exuberancia de
creencias primitivas y suposiciones dogmáticas y ver a esta
Persona en su suprema grandeza tal y como era.
, No es preciso que me detenga aquí para describir
como, diez años después, surgió la oportunidad de estudiar
la vida de Cristo como había deseado durante tanto
tiempo, investigar los orígenes de su literatura, cribar
~l~na de la evidencia de primera mano y formar mi propio
JUICIO sobre el problema que presenta. Me limitaré a decir
que revolucionó todo mi pensamiento. Surgieron cosas de
la historia de aquel antiguo mundo que yo jamás hubiera
creído posibles. Lentamente, pero de una manera definitiva,
llegué a la conclusión de que el drama de aquellas
semanas inolvidables de la historia humana era más extraño
y profundo de lo que parecía. Y fue precisamente la
extrañeza de muchos sucesos notables en la historia lo que
punteramente atrajo mi atención y solamente mucho
después me daría plena cuenta de la irresistible lógica del
significado.
Quiero tratar de explicar, en los restantes capítulos de
este; libro, por qué esa otra aventura jamás llegó a puerto,
cuales fueron los escollos con los que tropezó y cómo
llegué a lo que para mí fue un puerto inesperado.

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